Aunque
ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta
viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo,
me agote la paciencia. Lucas 18:4, 5 (leer Lucas 18:1-8).
En esta parábola Cristo destaca un marcado contraste entre el juez
injusto y Dios. El juez, aunque no teme a Dios ni al hombre, escuchó a
la viuda por sus peticiones constantes. Aunque su corazón permaneció
como el hielo, la persistencia de la viuda le trajo éxito. Él le hizo
justicia, aunque no sentía pena ni compasión por ella; aunque su miseria
no le significaba nada. “Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez
injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él
día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (vers. 6, 7).
El juez cedió al pedido de la viuda meramente por causa de su
egoísmo, para verse aliviado de su persistencia. ¡Cuán diferente es la
actitud de Dios respecto de la oración! Nuestro Padre celestial puede
que parezca no responder inmediatamente a las oraciones y los pedidos de
su pueblo, pero nunca se aparta de ellos por indiferencia. En esta
parábola y la del hombre que se despierta a medianoche para suplir la
necesidad de su amigo, para que este pueda ministrar a un vagabundo
necesitado, se nos enseña que Dios escucha nuestras oraciones.
Demasiado a menudo pensamos que nuestras peticiones no son oídas, y
albergamos la incredulidad, y desconfiamos de Dios cuando debiéramos
reclamar la promesa: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y
se os abrirá” (Luc. 11:9)…
¿Qué es la oración? ¿Meramente la presentación del hambre del alma?
No; es la presentación de nuestras perplejidades y necesidades, y de
nuestra necesidad de la ayuda de Dios contra nuestro adversario, el
diablo… La oración ha de ofrecerse para la preservación de la vida, para
la preservación de cada capacidad o facultad, para que podamos rendir
el servicio más elevado a nuestro Hacedor…
El Juez justo no rechaza a nadie que vaya a él con contrición. Se
complace más con su iglesia, que lucha contra la tentación aquí abajo,
que en el imponente ejército de ángeles que rodea su Trono. No se pierde
ni una oración sincera. Entre los himnos del coro celestial, Dios
escucha los clamores del ser humano más débil. Usted que se siente más
indigno, encomiende su caso a él, porque sus oídos están atentos a su
clamor. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
(Rom. 8:32) -Signs ofthe Times, 15 de septiembre de 1898.
Por: Elena G. de White
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