Aunque
ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmo 23:4.
A menudo escuchamos que se describe la vida del cristiano como llena
de pruebas, tristeza y pena, sin mucho motivo de alegría o alivio; y
demasiado a menudo se da la impresión de que si rindieran su fe y sus
esfuerzos por obtener la vida eterna, la escena cambiaría a una de
placer y felicidad. Pero se me ha llevado a comparar la vida del pecador
con la vida del justo. Los pecadores no tienen el deseo de agradar a
Dios, por lo tanto, no tienen el agradable sentido de su aprobación. No
disfrutan de su condición de pecado y placer mundanal sin problemas.
Sienten profundamente los males de esta vida mortal.
Por supuesto, a veces están temerosamente preocupados. Temen a Dios, pero no lo aman.
¿Están los pecadores libres del desánimo, la perplejidad, las
pérdidas terrenales, la pobreza y el dolor? ¡Oh, no! En este sentido, no
están más seguros que los justos. A menudo sufren enfermedades
persistentes, pero no tienen un brazo fuerte y poderoso sobre el cual
apoyarse, ni la gracia fortalecedora de un poder superior que los
sostenga. En su debilidad deben apoyarse en su propia fuerza. No pueden
augurar con placer alguno la mañana de la resurrección, porque no tienen
la esperanza gozosa que tendrá parte con los bendecidos. No obtienen
consolación al mirar hacia el futuro. Una incertidumbre temerosa los
atormenta, y así cierran los ojos en la muerte. Este es el final de la
vida de vanos placeres de los pobres pecadores.
Los cristianos están sujetos a la enfermedad, el desánimo, la
pobreza, el reproche y el dolor. Pero, en medio de todo esto aman a Dios
y aman hacer su voluntad, y no valoran otra cosa por encima de su
aprobación. En los conflictos, las pruebas y las cambiantes escenas de
esta vida, saben que hay Uno que todo lo entiende; Uno que inclina su
oído para escuchar el clamor de los que penan
y sufren; Uno que puede simpatizar con toda pena y aliviar la
angustia más aguda de cada corazón. Ha invitado a los afligidos a ir a
él y así encontrar reposo.
En medio de todas sus aflicciones, los cristianos tienen un fuerte
consuelo, y si sufren una enfermedad persistente y dolorosa antes de
cerrar los ojos en la muerte, pueden con alegría soportarlo todo, porque
mantienen comunión con su Redentor -Review andHerald, 28 de abril de
1859.
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