Martes 30 de abril – Meditaciones matinales para Adultos – El fariseo y el publicano
Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres… ni aun como este publicano. Lucas 18:11 (lee Lucas 18:9-14).
Se representa a ambos hombres en su llegada al mismo lugar para orar.
Ambos vinieron a encontrarse con Dios. Pero ¡qué contraste hay entre
ellos!
Uno estaba lleno de alabanza propia. Lo mostraba en su apariencia, su
caminar, sus oraciones; el otro advertía plenamente su total falta de
importancia. El fariseo era considerado como justo ante Dios, por lo
tanto él lo creía. El publicano, en su humildad, se veía a sí mismo como
desprovisto de derecho alguno a la misericordia o la aprobación de
Dios…
El publicano ni siquiera levantaba sus ojos al cielo, sino que
golpeaba su cuerpo y decía: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (vers.
13). El Conocedor de corazones observaba a ambos hombres desde arriba, y
discernía el valor de cada oración. Él no solo mira la apariencia
externa; él no juzga como juzgan los humanos.
Él no nos valora según nuestro rango, talento, educación o posición…
Él vio que el fariseo estaba lleno de orgullo y justicia propia, y se
registró a su nombre: “Pesado fuiste en balanza, y fuiste hallado
falto”…
La Majestad del cielo se humilló a sí mismo al descender, de la
elevada autoridad, de la posición de uno igual a Dios, al lugar más
humilde, al de un siervo… Su profesión fue la de un carpintero, y
trabajó con sus manos para hacer su parte en el sostén de la familia… Su
humildad no consistió en una apreciación pobre de su propio carácter y
sus calificaciones, sino en humillarse a sí mismo hasta el nivel de la
humanidad caída, para poder elevarla con él a una vida más sublime…
La persona más cercana a Dios, y la más honrada por él, es la que
tiene el menor grado de importancia y justicia propias, la menor
dependencia y confianza en sí misma, que espera en el Señor con una fe
humilde y confiada…
Cuando se comparan el orgullo y la importancia propia con la humildad
y la sencillez, aquellos son en esencia debilidad. Lo que hizo de
nuestro Salvador un conquistador de corazones fue su gentileza, sus
modales simples y sencillos…
Dios observa desde el cielo con placer a los que confían y creen, que
dependen plenamente de él. A estos, él se deleita en darles cuando le
piden. “Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma
hambrienta” (Sal. 107:9) —Signs ofthe Times, 21 de octubre de 1897..
DESDE EL CORAZÓN
Por: Elena G. de White
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