Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad (Juan 17:17).
En el siglo XVI, el cirujano francés Ambroise Paré observó que muchos
de los que sufrían la amputación de alguna de sus extremidades seguían
sintiendo vividamente la presencia de esas extremidades mucho después de
la operación. Cuando Lord Nelson perdió el brazo derecho en un asalto
sin éxito a Santa Cruz de Tenerife, no solo sentía vívidamente la
presencia del brazo amputado sino también dolor y la sensación
inconfundible de dedos tocándole la palma de la mano de ese brazo. Lord
Nelson declaró que esta era una evidencia contundente de la existencia
del alma. Más tarde, Sllas Weir Mitchell, eminente médico de Filadelfia,
acuñó el término “extremidad fantasma” para describir este fenómeno que
había observado en muchos de los que sufrieron amputaciones durante la
Guerra de Secesión de los Estados Unidos.
Este fenómeno plantea un problema realmente complejo para la medicina contemporánea.
¿Cómo resolver el problema del dolor en una extremidad que no existe?
Los científicos coinciden en que este no es un problema psicológico y
también en que el dolor que experimentan es real y, algunas veces,
extremadamente agudo. Sin embargo, no han encontrado una explicación
satisfactoria para la razón de este fenómeno. Sencillamente, es un dolor
que no debería experimentarse porque la extremidad ya no existe.
Muchas veces nosotros creamos extremidades fantasmas en nuestra vida
espiritual que causan mucho dolor y sufrimiento. Lo más triste es que
este dolor no debería existir porque Dios ha extirpado la causa de ese
dolor, pero nuestras ideas erróneas perpetúan nuestro sufrimiento. Una
de las “extremidades fantasmas” más terribles de nuestra vida espiritual
es la culpabilidad. Si alguna vez has cometido actos vergonzosos o
dañinos para otros sabrás que la culpabilidad produce un dolor muy agudo
y una carga muy pesada. Esta carga deforma nuestra conciencia y nos
separa de los demás, incluyendo a Dios mismo y a aquellos que desean
nuestro bien.
Paradójicamente, el sentimiento de culpabilidad puede llevarnos a
repetir esos actos vergonzosos como si el dolor que producen pudiera
expiar nuestra culpa, pero aquellos que conocen a Jesús no tienen por
qué sufrir. Jesús nos pide que confesemos nuestros pecados y aceptemos
su sacrificio por nosotros. A cambio promete perdonar nuestras faltas y
sanar nuestro dolor. Sin embargo, a muchos nos cuesta trabajo creer y
seguimos experimentando un dolor que no debería existir.
Pídele hoy a Dios que te ayude a creer para que seas librado del
fantasma maligno del sentimiento de culpabilidad. Así encontrarás la paz
en Cristo.
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